Reina-Valera 1909

Lamentaciones 4:3-20 Reina-Valera 1909 (RVR1909)

3. Aun los chacales amamantan a sus cachorros, pero la hija de mi pueblo es cruel como los avestruces del desierto.

4. La lengua del niño de pecho de sed se pegó a su paladar; los chiquitos pidieron pan, y no hubo quien se lo repartiese.

5. Los que comían delicados manjares quedaron desolados en las calles; los que se criaron entre carmesí abrazaron los estercoleros.

6. Y la iniquidad de la hija de mi pueblo es mayor que el pecado de Sodoma, que fue destruida en un instante y sin que pusieran manos sobre ella.

7. Sus nazareos fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche; sus cuerpos, más sonrosados que el coral, su aspecto como el zafiro.

8. Más oscuro que el hollín es su aspecto; no se los reconoce por las calles; su piel está pegada a sus huesos, seca como un palo.

9. Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre, porque éstos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra.

10. Las manos de las mujeres piadosas cocinaron a sus propios hijos, que les sirvieron de comida en la destrucción de la hija de mi pueblo.

11. Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira y encendió en Sión fuego que consumió hasta sus cimientos.

12. Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, hubieran creído que el enemigo y el adversario entrarían por las puertas de Jerusalén.

13. Por los pecados de sus profetas y por las iniquidades de sus sacerdotes, que derramaron en medio de ella la sangre de los justos,

14. andaban como ciegos por las calles; fueron contaminados con sangre, de modo que nadie pudiese tocar sus vestiduras.

15. ¡Apartaos, impuros!, les gritaban. ¡Apartaos, apartaos! ¡No toquéis! Cuando huyeron y fueron dispersados, dijeron entre las naciones: Nunca más morarán aquí.

16. La presencia de Jehová los ha dispersado; no los mirará más. No respetaron la presencia de los sacerdotes ni tuvieron compasión de los ancianos.

17. Aun han desfallecido nuestros ojos esperando en vano nuestro socorro; en nuestra esperanza hemos aguardado a una nación que no puede salvar.

18. Acechaban nuestros pasos para que no anduviésemos por nuestras calles. Se acercó nuestro fin; se cumplieron nuestros días, porque nuestro fin había llegado.

19. Más ligeros fueron nuestros perseguidores que las águilas del cielo; sobre los montes nos persiguieron; en el desierto nos pusieron emboscadas.

20. El aliento de nuestra nariz, el ungido de Jehová, fue atrapado en sus fosos, aquel de quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las naciones.